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Foto del escritorJuanjo Vergara

Aprender de lo que oyen, enseñar de lo que gritan.


Por Juanjo Vergara y Rocío Copete



Aprender de lo que oyen. Giner de los Ríos


Hace décadas lo teníamos claro, hoy también. Solo es posible aprender a educar educando. Y en eso estamos.


El escenario es el modesto centro educativo en que formamos educadores y educadoras. Se trata del IES Barrio de Bilbao, pero haríamos lo mismo en cualquier otro lugar. Encontraríamos las mismas facilidades para trabajar e idénticas dificultades. Comprometer la formación de educadores con la práctica es una apuesta que produce grandes amigos y también tremendos enemigos.


El 27 de febrero estábamos esperando -de vuelta- para recoger las maletas en la T1 del aeropuerto de Barajas en Madrid. Lo hacíamos veinticuatro personas que habíamos convivido diez días en India. Fuera sus familiares y amigos les esperaban deseosos de preguntar -probablemente- sobre qué tal se lo habían pasado. Nuestras miradas eran ajenas a lo que nos rodeaba. En las retinas de cada uno de nosotros seguían las imágenes de los niños y niñas con las que habíamos compartido aprendizajes, emociones, juegos y risas durante días. También las que nos arrancaron lágrimas y rabia en las sesiones de evaluación cada noche desgarrados por la injusticia que respirábamos cada mañana, por el olor, el color y el sonido de la pobreza más extrema. Niños descalzos, pobres, excluidos, ignorados. Niños intocables que van acompañados únicamente por sus sonrisas y por sus hermanos pequeños de los que se hacen cargo, aunque eso suponga no poder jugar ni aprender.


Algunos meses antes Rocío y Juanjo debatían si era aconsejable emprender nuevamente el proyecto de viajar a India con educadores en formación. Las dificultades pesaban como losas en sus espaldas. La mayoría de ellas eran fruto de un modelo organizativo que nuestros centros educativos heredan y reproducen inercialmente. Tanto es así que una vez decidimos que viajaríamos con estos educadores en formación, algunos docentes se obstinaron en “premiarles” con el bonito regalo de un examen a su regreso y otros a intentar quitarles la idea de la cabeza argumentando la importancia de no “perder” días de clase. ¡Trágica ignorancia del estado de ánimo que puede alguien -en su sano juicio- traer a Europa tras ver la realidad que vieron en India!

En cualquier caso, no se trata de hablar de las miserias de los centros educativos tradicionales y quienes los regentan. Este es espacio para dar alguna pincelada del proyecto que ofrecimos y nuestros humildes sueños al llevarlo a cabo. Explicar qué debe cambiar en la formación de los futuros docentes y cómo incorporarlo a las enseñanzas productoras de títulos es algo que excede con mucho esta pequeña descripción de una experiencia.


Esta es solo una entre muchas que sobrevive bloqueando entre el fango de un sistema educativo que habría que pensar desde la vida, los valores que defiende y las construcción de miradas críticas con la realidad que habitamos.


Este año el viaje tenía que culminar en el proyecto de Jhajjar. Poco más de una hectárea de terreno baldío que un puñado de personas han convertido en un espacio de rescate del trabajo infantil. Es el proyecto de Pasahaur Don Bosco en el que cada día un autobús recorre de las bhattas (“chimeneas” en hindi) que le rodean para rescatar niños y niñas del trabajo infantil y ofrecerles educación, sonrisas y comida. Quizá la única que tengan decente al día.


Cuando la polución de Delhi se hace soportable es posible contar más de cien chimeneas alrededor, aunque en realidad está rodeado de cerca de 500. Cada una de ellas es una empresa ladrillera. En ellas viven decenas de familias de la oficialmente inexistente casta de los dalits (conocidos como los intocables) pero que allí reconoces perfectamente. Cada familia tiene varios hijos. No es exagerado decir que en cada bhatta haya entre cien y doscientos niños. Los niños que no van a la escuela estarán 10-12 horas trabajando haciendo ladrillos, cuidando de sus hermanos pequeños o haciendo labores como cocinar o lavar la ropa. En definitiva, viviendo como se les roba la infancia.


A la pequeña hectárea del proyecto del father Joy solo llegan trescientos niños y niñas y con ellos nos encontramos cada día. Con ellos jugamos, aprendemos y enseñamos…. ¡Aprendemos más que enseñamos, sin duda!


Llegar allí ha sido diseñado con cuidado. Antes de vivir esta experiencia hemos recorrido distintas escuelas en Delhi de la mano de los amigos de Desing for Change (https://www.dfcworld.com/SITE)

. Recorrimos escuelas de distintos estratos sociales y compartimos espacios de aprendizaje con niños que se educaban bajo un árbol literalmente -hablamos de proyectos de educación con niños que viven bajo los puentes-, hasta modernos centros de élite para las clases más altas.


También pudimos recorrer espacios urbanos en ciudades como Delhi o Jaipur en que las personas habitan pegadas a sus comercios y productos. Encadenados -de sol a sol- a encontrar algunas rupias que les lleven comida y calor a unas casas que en la Europa que habitamos serían poco más que inaceptables.

La última noche hicimos una larga evaluación en la azotea del edificio-escuela y las frases de los educadores en formación fueron suficiente para recompensar todas las luchas que nos llevan a apostar por este modelo de educación. No las reproducimos, pero invitamos a que las leáis en el diario que redactaron ( https://www.labine.org/l3 )


Nuestro sueño es que la mirada que estos educadores y educadoras han tenido, no se borre tras los años. Que sea permanente y suponga un compromiso con la justicia, los derechos y el futuro. Un futuro ético y habitable. Es algo que nos obsesiona en la formación de docentes y que nos compromete con el enfoque de proyectos comprometidos con crear miradas críticas con el mundo que habitamos. Por eso viajamos a India, a Marruecos y a tantos otros sitios cercanos, en el espacio, pero lejanos en la realidad que viven nuestros alumnos.


Habitamos un mundo que grita desgarrado. Es necesario que los educadores y educadoras de nuestro siglo atiendan ese grito. Escuchen y construyan su oficio comprometidos con esa mirada.

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