A vueltas con las Situaciones de Aprendizaje
La nueva ley educativa (LOMLOE) parece apostar por el aprendizaje competencial. Bienvenido sea aun c
on cincuenta años de retraso. Sin duda, es mejor que el modelo previo que anclaba el aprendizaje en modelos casi-conductuales de descriptores de logro asociados a procesos de pensamiento centrados en la memoria o el entrenamiento de procesos básicos y estáticos.
No es que la memoria me parezca desdeñable como herramienta de aprendizaje. Sin duda es absolutamente necesaria. El asunto es ¿para qué queremos desarrollar la memoria: para reproducir contenidos o para utilizarlos en contextos reales?
Utilizar los contenidos como piezas que se contextualizan en la realidad de las personas que aprenden es una excelente apuesta. Invitar a que esto genere un proceso mental que invita al aprendiz a comprender mejor su realidad y decidir acciones comprometidas para utilizar estos aprendizajes es -desde hace décadas- algo que se llevan reclamando en educación. Algo -por cierto- que llevan haciendo desde la práctica diaria -en las aulas- decenas de docentes que saben mirar su labor centrada en las necesidades de su alumnado, el mundo que habita y su propia manera de entender el desarrollo humano que les compromete como docentes.
La nueva ley parece que invita a diseñar “situaciones de aprendizaje”, algo que ha alarmado a decenas de docentes que no saben por dónde abordar esto. Más tiempo para su aplicación, condiciones de organización escolar y formación docente son las banderas que esgrimen quienes piden un cambio más pausado. No les puedo contradecir. La formación docente, las condiciones organizativas de los centros y la progresividad en los cambios parecen argumentos sensatos. Tristemente nos encontramos con una historia, en la legislación educativa española, caracterizada por el cambio metodológico a suerte de década.
Algunas personas han decidido esperar tranquilamente para ver cómo resultan las próximas elecciones nacionales antes de cambiar sus programaciones didácticas. Piensan que un cambio ideológico en el gobierno supondrá un cambio en la legislación educativa. Algo más rápido que la necesaria mesura en el trabajo de hormiguita que realizan en sus clases. No les falta razón.
Sin embargo, la cuestión no es esta. Nuestro alumnado vive un mundo cambiante, competitivo, con emergencias objetivas -climáticas, de desigualdad, pobreza, etc.- y las necesidades educativas que presentan deben permitirles habitarlo y hacerlo mejor.
Cuando digo “hacerlo mejor” no solo hablo de una posición política de cambio. Pienso en sus trabajos concretos, sus vidas diarias, la forma en que se relacionan con los otros, su manera de vivir, de pensar…. En definitiva; de construir sus vidas.
Este es el meollo de la cuestión de la “situaciones de aprendizaje”. Una situación de aprendizaje -a mí me hubiera gustado más escuchar el término “experiencia de aprendizaje” pero para ello aún queda camino a recorrer-, es un esfuerzo por contextualizar los contenidos que el alumnado debe aprender y situarlos en sus propias vidas. Tan sencillo como esto.
Es cierto que muchos docentes no están acostumbrados a pensar que los contenidos que tratan en sus materias pueden ser útiles para su alumnado día a día. Para ellos es complicado plantear situaciones de aprendizaje que obliguen al alumnado a empelarlos para entender mejor su realidad y mejorarla. Sin embargo, es lo único -quizá- que puede ser de utilidad en el aprendizaje del momento que vivimos.
No estamos en el inicio del siglo veintiuno. Estamos a punto de llegar a su primer tercio. La virtualidad no es otra realidad, es -simplemente- parte de la que habitamos. Nuestro planeta no se enfrenta al cambio climático, exige decisiones globales y personales comprometidas con algo que vemos cada día en las previsiones meteorológicas. Las diferencias socioeconómicas entre las personas son cada vez mayores, la necesidad de movilidad y relación entre las personas exige el desarrollo de habilidades nuevas de socialización, comunicación y colaboración. Lo que necesitará saber nuestro alumnado dentro de un par de décadas aún no puede ser conocido.
Una situación de aprendizaje no es otra cosa que invitar a los docentes a que reflexionen sobre los contenidos que imparten y se pregunten:
· ¿Dónde puede ver estos contenidos -mi alumnado- en sus vidas diarias?
· ¿Cómo pueden ayudar a que comprendan mejor su realidad?
· ¿Esto para qué les sirve en el plano práctico?
· ¿Cómo puedo plantear una situación que les obligue a utilizarlos en la práctica?
· ¿Qué deciden hacer con este aprendizaje?
En definitiva, plantear una situación de aprendizaje no es otra cosa que preguntarse ¿para qué sirve a mi alumnado -en concreto- lo que enseño? ¿Puedo plantear un escenario en el que tengan que utilizarlo en la práctica para resolver un problema, enfrentar un reto, decidir una acción o comprometerse con una forma de comprender y vivir la realidad?
La elaboración de las situaciones de aprendizaje debería ser sencilla -que no simple-. Tan solo construir el aprendizaje por el sentido común. Un reto abierto que contextualiza los contenidos a tratar en las vidas reales de las personas que aprenden y les invita -y acompaña- a hacer algo real con ese aprendizaje.
La práctica de su diseño invita a compartir espacios de diálogo con otras materias, docentes, personas externas e internas al centro educativo y abrir el aprendizaje al entorno. Algo que es urgente en una estructura educativa que aún se encierra en las aulas y en las escuelas. Quizá será este el primer camino para crear situaciones de aprendizaje. Salir del aula y compartir vidas. Esto no es muy innovador. Ya lo dijo Rousseau “La mejor escuela, la sombra de un árbol”
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