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Evaluar no es etiquetar

Actualizado: 16 may 2019


De forma recurrente asistimos en las redes a auténticos puñetazos sobre la mesa de docentes indignados con un concepto de evaluación que saben incompleta, segregadora, excluyente e inútil en el mundo que vivimos.


Hace muchos años que no me he cansado de tuitear una sencilla frase que seguiré reproduciendo siempre que se me permita: “Evaluar no es calificar: calificar es etiquetar, evaluar es reflexionar”.


Hace tempo que todos los que vivimos en (y para) la educación lo tenemos claro. La realidad que vivimos hoy exige pasar de un concepto transmisivo del aprendizaje a otro en el que se pretenda el desarrollo de habilidades de gestión de un mundo especialmente volátil.


La información excede nuestras cabezas, la certeza solo está referida a la utilidad para hacer, comprender o comprometer-nos. El aprendizaje no es -hace muchas décadas- la habilidad de incorporar a nuestros cerebros determinados contenidos. El concepto de aprendizaje que necesitamos hoy es el de desarrollar la capacidad de aprender lo que necesitemos, cuándo lo necesitemos y en contextos y realidades cambiantes.


Aprender hoy es hacerlo para unas necesidades que aún no existen. Esto ya lo tiene casi todo el mundo claro. No sabemos como serán los empleos que vivirán nuestros alumnos dentro de 30 años. Tampoco cómo serán sus familias, sus relaciones o la sociedad en que habitarán. Sus modelos de consumo, o sus hábitos de ocio, culturales o relacionales. Pero algo sí sabemos.


Algo sabemos. Lo más interesante que podemos hacer para ayudar a nuestros aprendices a que sean capaces de construir el aprendizaje de esta forma -volátil, inestable pero profundamente interesante- es que desarrollen algunas habilidades determinadas:


Aprender debe pasar de ser entendido como un producto -algo que incorporamos a nuestros cerebros sin elaborar -memorizándolo- a entenderlo como un proceso. El aprendizaje es una aventura en la que la persona se sumerge. Hacerlo supone ser capaz de identificar aquello que necesito aprender, saber dónde buscar información, discriminar la más relevante de la que no lo es, saber quién puede ayudarme en el aprendizaje, cuánto tiempo me va a llevar, cómo podré saber si he conseguido mis propósitos, etc.


El aprendizaje es algo especialmente cooperativo. Aprendemos mejor juntos que en solitario. Es más; solo lo que aprendemos en un contexto social tiene posibilidades de tener una utilidad práctica. Solo lo que aprendemos cooperativamente puede formar parte de la construcción de la persona en relación con los otros. Esto supone ser capaz de asumir responsabilidades individuales en el trabajo cooperativo, desarrollar todo tipo de habilidades sociales, capacidad para resolver conflictos, volver la mirada a la inteligencia emocional y tantas otras.


Aprender no solo es un ejercicio intelectual que se queda allí. Aprendemos para algo. Esto supone que debemos desarrollar las habilidades necesarias para saber llevar a la práctica nuestras ideas o proyectos. Ser capaz de identificar las fortalezas, debilidades, apoyos y obstáculos que cualquier propuesta puede tener. Todo ello son habilidades a desarrollar. No se trata de que el aprendizaje sepa resolver un problema hipotético. De lo que se trata es de que además sea capaz de llevarlo a la realidad. Que identifique las posibilidades de emprender con éxito una iniciativa.


Para hacerlo es necesario que desarrolle su capacidad de pensamiento crítico. Ya no es suficiente con formar personas que incorporan conocimientos heredados del pasado y avalados por la tradición. En un mundo cambiante y dinámico, como el que habitan nuestros aprendices, la necesidad de desarrollar el pensamiento crítico es fundamental. Es necesario que nuestros alumnos sean capaces de hacerse preguntas en torno a su realidad y todo lo que aprenden día a día.


Ser capaz de hacer preguntas se ha convertido en una necesidad emergente del aprendizaje. Frente al modelo de aprendizaje basado en la capacidad de dar respuestas, las nuevas necesidades de aprendizaje se centran en la capacidad de hacer buenas preguntas.

Esto exige cuestionar las respuestas impuestas. Descubrir que no hay una única respuesta para un reto o que los caminos a recorrer son múltiples y que el aprendizaje se sitúa en la capacidad de encontrarlos más que en el resultado son habilidades que necesitarán en su vida, sus relaciones, su profesión y cómo participan de la vida comunitaria.


En este contexto encontramos año tras año decenas de docentes que saben que la evaluación no responde a estas necesidades de aprendizaje. Seguimos anclados en un modelo de evaluación centrado exclusivamente en la rendición de cuentas. Una rendición que solo mide la incorporación a los cerebros de nuestros alumnos los contenidos que forman parte de los anexos de currículos que todos sabemos deben ser profundamente revisados en el fondo -mucho de lo que hay ahí no es especialmente relevante para la formación de los alumnos- y en la forma -no se trata de describir contenidos estáticos a memorizar; más bien hacerlo de aquellos que pueden mejorar la comprensión de los alumnos en torno a un fenómeno e invitarles a actuar en torno a él-.


Evaluar no es calificar. Calificar es etiquetar. Es poner un número -una etiqueta- a un proceso complejo: el aprendizaje.


Evaluar es reflexionar. Los instrumentos de evaluación deben servir para obligar al aprendiz a que se haga algunas preguntas:


¿Qué he aprendido?

¿Dónde puedo verlo en mi contexto cercano?

¿Cómo me ayuda a comprender mejor la realidad?

¿Para qué me sirve? ¿Qué decido hacer con ello?

¿Qué nuevos aprendizajes creo relevantes después de esta experiencias de aprendizaje?


Desgraciadamente la evaluación, tal y como la tenemos actualmente, solo sirve para responder a la primera de ellas y de forma descontextualizada e irrelevante. No es de extrañar que los instrumentos de evaluación sigan cambiando en la forma pero no en el fondo.


También que decenas de docentes insatisfechos con esta forma de entender la evaluación protagonicen una revuelta indignada en twitter y todo tipo de foros educativos. Tienen razón.


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